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Frente al horror, el amor y el perdón
Paco Bautista, SMA

A Jesús de Nazaret, después de una entrada triunfal en Jerusalén, en la que fue aclamado por el pueblo, todo se le torció..


Después de ser arrestado en el huerto de los olivos todos lo abandonaron. El temor en sus discípulos pudo más que las palabras predicadas por el Maestro, que el aliento insuflado a enfermos, que los signos realizados en favor de los desesperados y de todo tipo de excluidos… En la hora crítica, cuando más necesitaba ser arropado por los suyos se quedó a la intemperie, a merced de los que habían jurado que lo matarían, ¡y a fe que cumplieron su palabra!.

Pedro, con más buena voluntad que fortaleza lo negó por salvar el cuello. Más triste fue el papel de Judas Iscariote que lo entregó a las autoridades, y luego, lleno de remordimientos se quitó a vida. El resto lo abandonó.

Después, nuestro Jesús, al que intentamos seguir, sufrió dos juicios amañados y llenos de irregularidades. Lo condenó la máxima autoridad religiosa de su pueblo, el Sanedrín. Pilatos, la autoridad político imperial, ratificó la injusta condena por miedo. Quería evitar más derramamientos de sangre, más tumultos, en un pueblo agitado, que veía “Mesías salvadores” y “reyes iluminados”, hasta debajo de las piedras, todos en contra de la ocupación romana. Sea como sea un inocente fue condenado a muerte.

Y Jesús fue torturado, flagelado atado a una columna, coronado de espinas, golpeado, insultado, escupido, vejado. Finalmente sufrió la muerte más atroz, la de la cruz, clavado de pies y manos, para dejarlo morir por asfixia en una lenta agonía, fuera de las murallas de la ciudad santa.

Y la respuesta que dio a este trato, a este horror fue inaudita: el perdón y el amor. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, recoge la versión de Lucas. No lo hizo por ingenuidad sino por convencimiento.

Pero volvamos a nuestra época, tan convulsa, tan llena de oscuridades, de brutalidades que no sabemos muy bien cómo manejar ni como posicionarnos para encontrarles algo de sentido, si es que lo tiene.

Estos últimos días los cristianos están siendo perseguidos a muerte en Malí, el Chad, Egipto, Níger, Republica Centro Africana, Iraq, Siria y otros muchos sitios de nuestro ancho planeta que ni imaginamos.

Actualmente hay más persecución que en los primeros siglos de la era cristiana. Los mártires hoy son más numerosos, entendiendo mártir como aquél que muere por permanecer fiel a su fe cristiana. Frente a esta iniquidad, como diría Pedro Casaldáliga, nuestra fe queda convertida en abatimiento. Pero el Evangelio nos enseña que no hay más alternativa que el perdón y el amor. Puede parecer iluso, pero creo que nuestra sociedad, que lo banaliza casi todo, ni por asomo se plantea tales valores. Es tanto el ruido interno y externo que no llegamos a alcanzar el calado profundo de las palabras que acabo de nombrar, ni el enorme poder transformador que tienen. Dios las pronunció en Jesús y lo levantó de la muerte, pero claro, aquí entramos ya en el terreno de la fe.

Decía el mismo Jesús: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo en mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. (Mateo 5, 10-11).

A muchos hermanos y hermanas nuestras les ha llegado hoy el momento de vivir esa “Bienaventuranza”. Han sido martirizados brutal y masivamente. Los mártires de Siria, Iraq, Malí, El Chad, Egipto, Níger, República Centroafricana, los 145 universitarios de Kenia y otros muchos más que no han llegado a la categoría de noticia, ya han recibido su merecida recompensa, que según palabras de Jesús es grande en el reino de los cielos.

Frente a este horror tan macabro, frente a este sinsentido, frente a esta violencia gratuita, injustificable, no nos quedan más armas que las mismas del Maestro: el perdón, el amor. La venganza lleva a más derramamiento de sangre y la violencia a una espiral de más violencia.

Reciban nuestro más profundo reconocimiento todas estas víctimas, que pese al dolor, que pese a la condena unánime que hacemos de sus muertes injustas e injustificables, los podemos proclamar sin lugar a equívoco como los nuevos mártires del siglo XXI .Ojalá de ellos aprendamos a tomarnos más en serio el evangelio, sus valores, que dejemos el temor, los miedos de lado, que a la luz del resucitado seamos los testigos que el mundo merece.

NOTA: No sería justo ignorar la muchedumbre de mártires que ha dado América latina, que sigue dando, siempre por su lucha por la justicia, por una honesta fidelidad al Evangelio.

Un abrazo siempre fraterno,
Paco Bautista, sma.